Anoche lo soñé, después de largo tiempo de no tenerlo presente, volví a sentir, entre la brumosa oscuridad de mis sueños si aliento. Seguía siendo el mismo, delgado, blanco, con la sonrisa chueca y sus labios diabólicos.
Me beso, uno de esos besos de “trompita parada” que uno disfruta tanto cuando andas en la etapa de amor primaveral y jovial (aunque estés ya entrado en años, esos besos aun se disfrutan) le bese, y aun en mi sueño pude volver a sentir la descarga eléctrica que el roce de sus labios produce en mi cuerpo, la tibia sensación de saber que siempre seremos el engrane perfecto. Reviví, si, reviví en mi dulce pesadilla el recuerdo de nuestra danza amorosa, el momento sublime de la unión de nuestros sexos, ese momento para el que fuimos hechos, donde cada parte de nuestra piel se acoplaba a la piel del otro, en movimientos suaves y gemidos ahogados, con sudor y mordidas; la descarga liquida de amor entre dos seres, la dulzura del abrazo y las caricias del después, las palabras bajitas dichas al oído, la cita de la próxima semana, el cobro por sus servicios…
Recordé donde lo había encontrado, parado en la esquina, junto al bar al que solíamos ir los sábados, viendo entre la gente, buscando a su próxima víctima.
En el momento de cruzarse las miradas me vi reflejada en su alma triste y desgastada, no dude en acercarme y pagar por sus servicios esa noche, y muchas otras noches mas; fue mi castigo, mi delirio, mi perdición, su cuerpo pálido, le ame tanto, el precio de amar a un ángel de esquina es el mas caro, le pague con mi billetera, mi cuerpo y mi alma, le firme un cheque de amor infinito, dejando que marcara mi piel como suya, hasta que me dejo sin nada, vacía en los bolsillos, dejando mi cuerpo sin alma, solo la cascara quedo, la cascara y los sueños de pasión, en las que el Ángel de mis pesadillas vuelve a despojarme de todo lo que soy.