Para Flora Chacón
Jueves, junio 30, 2011
El sol me despertó esta mañana, después de una noche inquieta en la que los mosquitos masacraron mis brazos, abrí los ojos y ahí estaba, el nudo en la boca del estomago que me anuncia la certeza de un golpe mortal directo a mi mallugado corazón. Las ganas infinitas de llorar no se alejan, es un deporte extremo esto de parpadear para alejar el agua salada de mis ojos.
Enciendo el celular, con la esperanza guardada dentro de un mensaje de texto que no llego en la madrugada, que no llega con el sol de verano; el nudo me hace sentir su presencia, vuelvo a parpadear alejando la lluvia maldita que amenaza con tormenta en mi rostro, quiere bañar el millón de pecas que ahí habitan.
No se vale, me grita mi adormilado cerebro; no se vale dar el todo por el todo y no recibir mas que migajas, mi corazón moribundo le contesta con un halo de voz marchita, eso es porque esperas, nunca hay que esperar nada de nadie, porque entonces te dejaran tal como estamos en este momento, madreados, puteados, a la espera de que un trago de tequila nos llegue, para que arda la herida, pero a la vez comience a cauterizarla.
Ya no parpadeo tanto, el agua que amenazaba con salir en fuertes torrentes por mis lagrimales se ha dispersado, al menos por el momento, porque es seguro que esta noche la tormenta arreciara con toda su plenitud, dejando desolación y vacío a su paso.
No queda más que intentar deshacer el nudo de a poco, soltar el llanto hasta mezclarlo en un caballito de tequila reposado, cantar a José Alfredo, dominar el arte de embriagarse por despecho, y volver a despertar, con una cruda espantosa, el mismo nudo que no se larga, y la esperanza de un puto mensaje.
El sol me despertó esta mañana, después de una noche inquieta en la que los mosquitos masacraron mis brazos, abrí los ojos y ahí estaba, el nudo en la boca del estomago que me anuncia la certeza de un golpe mortal directo a mi mallugado corazón. Las ganas infinitas de llorar no se alejan, es un deporte extremo esto de parpadear para alejar el agua salada de mis ojos.
Enciendo el celular, con la esperanza guardada dentro de un mensaje de texto que no llego en la madrugada, que no llega con el sol de verano; el nudo me hace sentir su presencia, vuelvo a parpadear alejando la lluvia maldita que amenaza con tormenta en mi rostro, quiere bañar el millón de pecas que ahí habitan.
No se vale, me grita mi adormilado cerebro; no se vale dar el todo por el todo y no recibir mas que migajas, mi corazón moribundo le contesta con un halo de voz marchita, eso es porque esperas, nunca hay que esperar nada de nadie, porque entonces te dejaran tal como estamos en este momento, madreados, puteados, a la espera de que un trago de tequila nos llegue, para que arda la herida, pero a la vez comience a cauterizarla.
Ya no parpadeo tanto, el agua que amenazaba con salir en fuertes torrentes por mis lagrimales se ha dispersado, al menos por el momento, porque es seguro que esta noche la tormenta arreciara con toda su plenitud, dejando desolación y vacío a su paso.
No queda más que intentar deshacer el nudo de a poco, soltar el llanto hasta mezclarlo en un caballito de tequila reposado, cantar a José Alfredo, dominar el arte de embriagarse por despecho, y volver a despertar, con una cruda espantosa, el mismo nudo que no se larga, y la esperanza de un puto mensaje.