10.6.10

Relatos de cama

Lenta caricia
Ascendiendo por mis piernas.

Dedos delgados morenos,
Perdidos, hundidos en el manantial de mi vientre.

Lento gemido que escapa desde mi garganta.
Salvaje suspiro brotando
Como lava ardiente de entre mis labios fundidos en tu cuello caliente.

Tierna mordida imparable,
En mi pecho
Suave succión, lengua atrevida,
Sabores de sal, coco y manzana.

Danza amorosa de dos cuerpos
Unidos, por la carne dura y valiente.

Pelvis balanceándose
Con el suave ritmo de las olas.
Lluvia tibia surgiendo del paraíso de nuestros sexos.

Con lentitud avanzo hacia la puerta. Podía sentir su mirada clavada en la espalda, a la expectativa.
Cerró la puerta con llave, se volvió, y con paso decidido fue desprendiéndose delicadamente de su ropa, la cual, con descuido, dejaba caer en la fría moqueta de la habitación.
Camino desnuda, de frente, sin bajar en un solo momento la mirada, hacia él, en una clara invitación al placer de entregarle su cuerpo.

Situado en la cama se encontraba, a través de la ropa podía notarse con claridad la prueba firme de su deseo por ella, por cada delicada parte de su cuerpo.

Llego hasta él, la inmensa cama, cómplice de sus sueños, confidente de secretos.

Le beso la frente, ojos, nariz, mejillas, cuello, evitando el más mínimo roce con sus labios, torturando de esta manera a su fiel amante.

Poco a poco lo fue desnudando, cada movimiento de sus dedos iba acompañado de besos húmedos y caricias ardientes en cada pedazo de piel que quedaba al descubierto.

El solo gemía, desesperado por comerse entera esa boca que martirizaba sus sueños.

Bajo por su pecho, beso, lamio su ombligo, su vientre, mientras sus cálidos dedos deslizaban en lenta agonía su ropa interior, dejando al descubierto la firme prueba de su deseo.
Lo toco. Despacio, con suavidad, pasando lentamente la punta de sus dedos por toda su extensión, deseando en secreto tener el valor de probarlo, buscando en sus ojos el arrojo para hacerlo.
Bajo la cabeza, humedeció sus labios, y lo beso. Abrió la boca, saco la pequeña lengua y lamio con seguridad la caliente punta de su enardecido miembro, saboreando cada centímetro de piel palpitante y tensa, disfrutando el poder que la acción de poseerlo le proporcionaba. Lo tenía a su merced.
Podía sentirlo llegar, atormentándolo con caricias más profundas y atrevidas.
Se detuvo, sonrió, incorporo su cuerpo, elevando sus caderas, apoyándose en su vientre, dejándose caer para completar la unión de sus cuerpos. Sintiendo el calor punzante de su sexo hundirse dentro de su vientre suave, húmedo y listo.
En un lento balanceo se apodero de nuevo de él, tomando el control entre gemidos y confesiones de placer, de ser uno solo, apoyaba las manos en su pecho fuerte, mientras él, con desesperación mordía sus pechos, marcándolos, tatuando sus dientes en la blanca piel, reclamándolos como suyos, perdido en el vaivén de sus caderas.
En un ahogado grito, vacio su semilla de vida en ella, bañando su vientre, besando por fin su boca de rosa, dejando escrito su nombre con vino y saliva, para después dejarse caer entre sus brazos.

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A veces el amor une a dos seres que no saben nadar, y viven en dos islas distintas...