Es un sábado cualquiera, el plan de negocios se encuentra desparramado en el escritorio, la taza de café se enfría, por unos instantes la mente se desconecta, se pierde en los acordes de la música que bajito se escucha en la habitación.
Me puse a leer a Izarra, sus letras tienen ese efecto raro que me desconectan del mundo en el que vivo; viajo, fuera de esta galaxia de infortunios e indiferencias.
No podía dejar de ver la nube blanca que suavemente viajaba a través del tan extraño color azul del cielo.
En mi mente se repetían palabras incoherentes, infantiles, agresivas, amorosas, de disculpa…
Desconectarse por momentos del aterrador trabajo es maravilloso, aunque solo sea para reflexionar sobre eventos, palabras, acciones, sin arrepentimiento, pero con el remordimiento de saberlas.
Tener miedo es tan natural y normal como ir al baño.
Deberíamos regalar besos.
¿Por qué siento ese aguijonazo de culpabilidad en la boca del estomago?
Pedir disculpas es sano.
Ignorar es un acto agridulce, tan bueno como malo, ignora a los necios, no ignores a quien te da la mano.
¿Por qué me gusta tanto?
Esta reflexión ya no me esta gustando (muero por ese beso).
La demás gente no tiene la culpa de tus pedos existenciales, madura.
Mejor, sigo trabajando.
P.D. Creo que debería mostrarle esto a Flora