En silencio le observaba, con esa delicadeza en sus movimientos que le caracterizaba, doblaba cada una de las prendas que meticulosamente acomodaba en la valija.
Se iría, por fin había comprendido el significado de sus palabras, no es que no le quisiera, simplemente, no le quería como ella esperaba.
Tomo el alto vaso entre sus manos, dio un sorbo al vino, y continuo con su tarea, sin hacer un solo ruido.
Veía fijamente sus manos tocar la tela de sus prendas, como hipnotizado, aliviado de haber terminado con la agonía que me provocaba su presencia en mi vida, pero a la vez, el dolor que sentía clavado en el pecho me impedía respirar, pero continué observando, en silencio.
Cuando termino, levanto la mirada, fijo sus tristes ojos en mi, sonrió y de su boca (solía llevarme al paraíso con sus labios, cuando mordisqueaba cada centímetro de mi cuerpo caliente) su dulce boca, salio una sola palabra que me mato, ella dijo: Adiós...
Atrás dejo su vaso con vino caliente, su foto sonriente, su aroma a vainilla prendido a mi almohada, la mordida en mi brazo marcada y sus mejores años, no le quería pero como la extraño.