Me gustan las noches lluviosas, esas que hacen que las horas pasen sin darte cuenta mientras observas por la ventana las gotas caer.
El helado de chocolate, servido en grandes cantidades en un barquillo de vainilla crujiente. Las tardes nubladas, con la mirada perdida en el florero tupido de rosas secas que tengo en el escritorio, escuchando a Gardel.
El ruidoso silencio de las noches de verano, con el cantar de los grillos por todos lados, y el hilito de sudor que se escurre entre mis pechos.
Ver dormir a mis ojos azules, con su boca abierta, desparramado en su cama, intentando meterme en sus sueños de piratas y espadas.
Lavar los platos, aunque suene raro, tranquiliza mis momentos de histeria e ira.
Los grandes jardines, llenos de flores multicolores, árboles frutales y sauces llorones.
Las manos del hombre, firmes y asperas, con la dulzura escondida, manos que pueden trabajar la tierra y dar una caricia.
Los abrazos después de hacer el amor, esconder mi cabeza en el pecho de mi amante, sintiendo sus caricias en mi espalda.
Las arrugas de mi cara, pues han sido provocadas por risas y mas risas a lo largo y ancho de mis treinta y tantos años.
Escuchar a mi padre contar sus historias de vida, sintiendo el orgullo por ser su hija recorrerme despacio la piel.
Leer mis libros, una y otra vez, marcar mis páginas favoritas y vivir en ellas en mis sueños.
Recorrer con lentitud cada álbum fotográfico, reviviendo en cada foto el recuerdo del momento.
Dormir tapada hasta arriba, aun en las noches mas calurosas.
Despertar contigo a mi lado.
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A veces el amor une a dos seres que no saben nadar, y viven en dos islas distintas...